En política, que te acusen de plagiador supone una de las mayores ofensas públicas. Sirva de ejemplo lo que les sucedió a Karl Theodor zu Guttenberg y a Annette Schavan, dos poderosos exministros alemanes del gabinete de Angela Merkel, o al expresidente de Hungría Pál Schmitt, todos ellos forzados a dimitir tras conocerse que habían plagiado buena parte de sus tesis doctorales. Más reciente, y aunque la dimisión parezca improbable, es la caída de popularidad que está sufriendo el actual mandatario mexicano, Enrique Peña Nieto, tras salir a luz que había copiado, sin citar, al menos un 30% de su tesis de grado.
Sin embargo, según un estudio liderado por la investigadora de la Universidad de Otago Lee Adam, plagiar es una falta bastante común y tolerada por la mayoría de estudiantes. Dicho estudio revela que aunque los alumnos estaban al corriente “de lo que significa el plagio como concepto” y que estos consideraban que “aquellos que mentían intencionadamente estaban mintiendo a todo el mundo”, los mismos ignoraban las potenciales consecuencias de un plagio no intencionado (aquel que consiste en desarrollar pensamientos o teorías basadas en ideas ajenas, sin citar, por desconocimiento).
«O bien los estudiantes no tienen acceso a la información que les estamos dando, o bien no les estamos transmitiendo correctamente una forma para que realmente los entiendan», aseguró la investigadora al periódico Times Higher Education. «Mi investigación muestra que no lo entienden, pero me dijeron que querían más información sobre el plagio y cómo evitarlo”. Debido a esto, los estudiantes sintieron que era injusto que fueran penalizados cuando plagiaban sin intencionalidad.
Para Adam, el problema reside en la brecha que existe entre lo que buscan las instituciones educativas y lo que buscan los estudiantes.
Para llevar a cabo su investigación, la doctora Adam realizó entrevistas cualitativas a 21 alumnos. Las entrevistas se centraron en lo que los estudiantes entendían como plagio, así como sus puntos de vista sobre educación, evaluación y lo que constituye para ellos la educación universitaria. Posteriormente, usó un discurso analítico para leer las respuestas de los alumnos y compararlas con los conceptos de plagio que se impartían en la universidad.
Para Adam, el problema reside en la brecha que existe entre lo que buscan las instituciones educativas y lo que buscan los estudiantes. “Todos los estudiantes a los que entrevisté, salvo uno, entendía la universidad como el paso previo a la consecución de trabajo”. Desde este punto de vista, “las políticas antiplagio de las universidades les resultaban irrelevantes”.
Como solución a este conflicto de intereses, Adam defiende que las universidades deberían entender los trabajos de los alumnos como un “proceso y no como un producto” y no penalizar de la misma manera al plagio intencionado que al no intencionado.
Por si acaso, finalizamos con una de las máximas del Derecho: Ignorantia juris non excusat (la ignorancia no exime del cumplimiento de la ley).
Más información:
Troubling plagiarism: University students’ understandings of plagiarism