Los vecinos ayudan. Por lo menos en lo que se refiere a lectura, pues un estudio que acaba de presentar
Al frente de esta investigación publicada en la revista científica Spanish Journal of Psychology se encuentra Eduardo Vadal-Abarca, profesor del departamento de Psicología de
La prueba
En una pantalla de ordenador, y sólo durante unos segundos, aparecían palabras. Lo curioso del asunto es que unas eran reales (como “menta” o “mural”) y otras no (como “juda” o “deta”). De esta forma, los niños tenían que detectar a la mayor velocidad cuáles eran los vocablos inventados. En este caso, sólo se analizaron los errores y la velocidad de lectura de las palabras que tenían muchos vecinos ortográficos y las que tenían muy pocos.
Resultados: cómo leen los niños
Según los resultados obtenidos, cuando se comienza a leer los niños aprenden reglas para transformas las letras o las sílabas en sonidos, como por ejemplo “ma-no” o “ma-sa” que empiezan por “ma”.
Poco a poco, los niños van aprendiendo a dividir las palabras en sílabas y a asociar rápidamente sílabas (o letras) con sonidos de forma que cuando ven una palabra que nunca han leído antes son capaces de leerla (por ejemplo, “bro-mis-ta”).
Y, alcanzado un cierto nivel de lectura, los niños comienzan a dejar a un lado la ruta “indirecta” de dividir y asociar las palabras (ca-sa), para pasar a otra “directa” que les permite leer sin dividir (casa).
A diferencia del inglés…
El estudio pone de manifiesto que los niños pasan a la ruta “directa” antes de lo que se pensaba. Y es que la idea era que en castellano los niños seguían empleando la ruta “indirecta” durante mucho tiempo por la correspondencia clara entre letras y sonidos, por oposición al inglés donde las letras se pronuncian de forma diferente dependiendo del resto de letras que acompañan (“hair” y “half”).
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